La primera luna llena después de
equinoccio

I
Jueves Santo
“Getsemaní se abre
y me traga.
Amado,
desángrate conmigo
en esta noche oscura.”
Es la primera luna llena después de equinoccio... es Jueves Santo... la
noche de la uva, del pan sin levadura, de los higos y nueces... la noche
de las aceitunas, de los olivos, de Getsemaní... la noche de la voluntad
del Padre... aquella del cáliz amargo...
La luna llena, enredándose entre los olivos, la oración de Jesús
solitario, los amigos que duermen... la soledad que roe, la angustia, la
incertidumbre, el miedo del mañana... la traición...
Y el dolor, tan intenso, se transforma en sudor de sangre...
Dios está siempre en la última soledad... y ese era el momento de
Cristo... la soledad de todo... hasta el canto del viento debe haber
cesado... el ruido de las hojas... los grillos... nada perturbó aquel
instante infinito de Jesús a solas con el Padre... la soledad derramada
en la madrugada de la angustia y de la certeza que rasga todo sueño de
mañana y amanece a la cruz, irremediablemente...
La primera luna llena después de equinoccio... todo se cumplirá... todo
debe ser cumplido...
“El viento trae el canto de los olivos
que te llaman...”
II
Jueves Santo
“En esta noche de uvas
de luz de luna en el musgo del olivo
sangro por tus poros el dolor del mundo...”
La primera luna llena después del equinoccio tenía el rostro de Terri
Schiavo.
La observé niña... jugueteando alegre, inconsciente, traviesa, mientras
sus padres la miraban y grababan esos instantes de armonía familiar.
La observé de adolescente... pelo largo... radiante... mirada
luminosa... sonrisa perfecta para conquistar el mundo.
La observé de mujer, la felicidad en el bolsillo de cualquier jeans y
los dedos enredados en los de él... con la eterna promesa del para
siempre, en toda circunstancia y lugar... con eso de tu dios será mi
dios y tu fe mi fe...
En todas esas imágenes, la vida... la vida emanando en esplendor...
desplegándose jubilosa por la piel, la mirada, la sonrisa... las
esperanzas...
La esencia de la vida brotaba de esas escenas.
La observé postrada en una cama de hospital, donde lleva ya 15 años.
¿Siente?... ¿ha conservado esa capacidad maravillosa encerrada en ese
cuerpo inerte?...
Y ella... quieta... en tanto otros discuten su derecho a la vida, la
eutanasia, la conexión... y yo, sintiéndome pequeña... nada... frente a
este espacio donde se desarrolla el milagro de la vida... he sentido que
si estuviese así... querría vivir... querría seguir viendo el rostro de
los que amo... querría seguir respirando, quizás egoístamente, pero con
mi derecho a la vida... aunque fuese ese milagro pequeñito de percibir
apenas el amor de algunos...
No sé... a veces he creído en el derecho a la eutanasia, en un estado
conciente, libre, de opción responsable y madura. Terri, una mujer
postrada por 15 años, me ha hecho cuestionarme eso... nadie puede
decidir la vida de nadie. Quizás, ni siquiera uno mismo... nunca se es
lo suficientemente libre para hacerlo...
Pero, lo más escalofriante de todo esto, es que a Terri la dejan
morir... así... hasta con cámaras de televisión... y lo han determinado
algunos señores con poder... y el mundo sigue la noticia, tal cual un
simple espectador, como si fuese un reality show más...
No hay duda... el hombre se ha acostumbrado a decidir sobre la vida de
los otros... especialmente ciertos hombres... y lo que es peor, la
inercia conque seguimos el desarrollo de los acontecimientos, me
sobrecoge... si todos gritáramos juntos por el derecho a vivir de Terri...
¿qué sucedería?
La primer luna llena después de equinoccio, tiene tu rostro Terri...
Va una oración por ti.
Y en ti, a la vida.
Y en la vida
a Cristo.
“Que te niegas, que te niegan
que te niego
¡Y aún no ha cantado el gallo! “
III
Viernes Santo
“Que te pensaron caudillo
victorioso
arrogante...
Y estás,
vestido de muerte
moscas
y sudor sangrante. “
Soledad... extraña palabra... algunos la asocian con tristeza, dolor,
angustia, fracaso... yo... yo la asocio con encuentro... conmigo... con
luz... con descubrimientos... con Getsemaní... con Dios.
En mi vida tiene esa connotación... la hiedra del fondo del patio de mi
casa, esa inmensa piedra a sus pies... y esa niña de trenzas negras que
no lograban sujetar sus rizos... sentada allí, descubriendo el misterio
del sol sobre las hojas... la chinita que se deslizaba veloz del aire a
mi piel... siguiendo el rayo de luz... siempre me ha gustado observar la
luz del sol entre las ramas, entretejiendo colores entre las hojas... no
sé... aún no logro descubrir el mensaje... pero sigo dándome el tiempo
suficiente para estar a solas intentando descubrirlo...
Y esa capilla del colegio de monjas, tan inmensa para mis seis años, y
el jardín que llevaba a ella... me gustaba arrancarme en los recreos,
para jugar en ese jardín... ¡unos pinos maravillosos!, me parece olerles
aún... y el silencio majestuoso del lugar. ¡Tanta soledad en la
capilla!... y una presencia inefable
recibiéndome... Me sobrecogía entrar allí, sola... pero no podía
evitarlo... entraba calladita... apenas pisaba...me sentaba en el último
asiento, luego en otro más adelante... y otro y otro, hasta llegar al
primero... y ahí quedarme unos segundos... en la más absoluta soledad...
Cuando mi niño era pequeñito, apenas caminaba, solía llevarlo, todos los
domingos, a una alameda, José Pedro Alessandri, llena de inmensos
plátanos orientales... apenas salía el sol y ahí íbamos, él aprendiendo
a caminar y yo intentando traspasarle el misterio ancestral del sol
sobre los árboles... tomando su mano y haciendo que tocara esa corteza
ruda, herida de tiempo, arisca y luego las hojas... delicadamente...
Y luego, íbamos a la iglesia, y la desandaba con su paso inseguro y su
mano aferrada de la mía... solos... él y yo... ¡Y era tan feliz con ese
rito dominical!, su carita de niño me lo decía...
La soledad me ha sido hermosa... ¿quién mejor que ella para contener el
secreto de nuestras debilidades, angustias, fracasos, alegrías...
búsquedas... aciertos?
¿Quién mejor que ella para ordenar el cúmulo de emociones que embargan
al amar y saberse amada?
Anoche fue la primera luna llena después de equinoccio... noche de
aceitunas... del Monte de los Olivos... Getsemaní... la soledad en su
máxima expresión de dolor, angustia, impotencia, conciencia de la
fragilidad humana, de las miserias que trasportamos día a día...
amistades dormidas... traiciones... ideales no comprendidos,
tergiversados... la negación del amigo más querido... humillación...
tortura... muerte...
Y en la más absoluta soledad...
la paz de asumir la debilidad y confiar en un Dios también ausente...
No sé... quizás la soledad entraña un misterio con el infinito más
intenso... un misterio que no nos damos tiempo a desentrañar...
Viernes Santo... la soledad y ausencia de un Dios que calla hasta lo
insufrible.
Jesús lo supo esa noche y luego en la cruz.
Uno lo va aprendiendo en la vida.
Terri lo aprende en la muerte...
“¡Cómo duele en esta noche
la corona de espinas!”
IV
Sábado Santo
“Mi tristeza yace en el aire
cual mustia ofrenda
vagando al infinito...”
Y es la tristeza de Herminia y Pedro, de Lily y Luis, de Cecilia y
Orlando... de todos aquellos que saben que Pedro Soto Tapia, Raúl Aedo y
Orlando Morales Pinto, aún están en el sepulcro... sepulcro de
violencia, de muerte, de injusticia, de impunidad... que la roca es
inmensa y cuesta, tanto, ¡tanto!, moverla... que se cansa hasta el alma
en cada paso... que cada día es Getsemaní, Viernes dolorosos, agonías y
cruces... que Dios está en silencio... Sábado Santo infinito,
alargado... y gris... lágrimas de padres ante el cuerpo de sus hijos
suspendidos en la cruz.
Jóvenes que te cantaban... que entonaban más mañanas... que se sabían
esperanzas para ti.
Sábado Santo...
Dios, padres, hermanos, todos, abrazados, a ojos ciegos, al milagro de
tu cruz.
“Y brindemos con tu sangre
esta complicidad tan nuestra
de silencio
consuelo
y eternidad“.
V
Sábado Santo
“Y los ángeles tan ausentes.”
Silencio.
Nada perturba el día.
La bóveda ayer celeste
hoy desluce gris.
Silencio.
Alba sin colores.
La noche se diluyó cansada.
El pincel del alba esperó en vano.
La acuarela no fue derramada este amanecer.
Algún pájaro rebelde
trina su llanto pausado.
Un perro ladra a los san Pedro
Y el gallo alarga su tercer canto.
Una hoja gime al rocío.
Las palomas han dejado de volar.
Silencio.
Dios ha muerto.
(Sólo por hoy,
se ruega no perturbar su Dolce far niente)
“¡Y los ángeles tan ausentes!”
VI
Domingo de Gloria
“Amanece...
Ya se acercan las mujeres.
Amado...
aparta esa roca
y vámonos a caminar sobre el mar...”
La luz vence a la oscuridad...
Los gorjeos rasgan el silencio...
Los colores ahuyentan el gris...
Amanece...
Getsemaní florece en lunas y esperanzas.
El oscuro misterio del hombre
contenido en aquel cáliz
se ha bebido hasta la gota final.
Y las mujeres corren por los caminos,
sorprendidas,
alegres,
diáfanas,
anunciando la vida...
Contando, a unos y otros,
¡El milagro de la Resurrección!
La inmensa roca que obstaculizaba el amanecer,
ha sido pulverizada por la fe.
La espera ha terminado.
La profecía se ha cumplido al tercer día.
Domingo de gloria es.
“... ¡y toda la creación es luz. “
©
Margarita Carrasco