Todos los hombres...

 

                      Todos los hombres alguna vez fueron niños, sólo que
                       muy pocos lo recuerdan.

                                                                           Antoine Saint Exupery


 


Siempre me ha gustado esa frase de Saint Exupery.
Siempre se nos dice que debemos madurar y creemos que eso involucra, necesariamente, ponernos serios, graves, profundos... ¿Será tanto así?

¿Cuál era la magia de la Navidad en nuestra infancia?
¿El regalo? ¿O acaso era esperar... creer... soñar...?
¿Eran los escaparates, las vitrinas, llenas de juguetes, o eran los colores, las luces, esa necesidad de darse, de entregar felicidad al otro que se percibía en el ambiente?

Quizás, teníamos la capacidad intacta de ver, y hasta tocar en el aire esos virus de alegría, de esperanza, de amor que danzaban al compás de nuestra inquietud por el día maravilloso...

¿Qué era lo que realmente alimentaba nuestro espíritu: la calidad del obsequio o la mirada de nuestros padres cuando lo entregaban?
Abríamos los regalos el día de Navidad. La noche anterior era la cena, armar el pesebre completo y encender la estrella...

En la mañana del 25, cuando abría mis ojos, mi madre ya estaba allí, sentada en mi cama... y si bien no puedo recordar cada regalo de infancia, tengo sus pupilas grabadas sobre mí, con esa ternura que lo llenaba todo.

Y mi padre gozando junto a nosotros, el autito nuevo de Miguel, la guitarra soñada por mi hermano mayor y la muñeca que lloraba para mí. ¡Cómo se desdoblaba para ser un niño junto a sus hijos y sentir con nosotros la alegría de jugar!

¿Dónde se nos fue quedando todo aquello?

¿Cuál fue la Navidad que más recuerdo?...

Paradojalmente, cuando descubrí que Santa Claus no existía, abracé a mis padres más fuerte que nunca, agradeciéndoles en silencio esa búsqueda de la muñeca deseada.

"Todos los hombres alguna vez fueron niños, sólo que muy pocos lo recuerdan". Yo, lo recuerdo... ¿Y tú?
 

© Margarita Carrasco

 

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