Sin rostros y sin nombres

     Pintura de Sandra Bonomi                



I
Cecilia


Cecilia fue violada por su padre a los doce años.
Quedó embarazada y nació la Tatiana, su primera hija.

Al poco tiempo, el padre se fue de la casa.
Su madre le culpó de ello.

A los quince años, la violó su padrastro.
Nació la Gabriela.
Su madre volvió a culparla.

Cuando Tatiana tenía doce años, encontró a Pedro a la vuelta de la
iglesia evangélica de la población.
La miró, lo miró, la Ceci bajó la cabeza. Estaba acostumbrada a ello,
pero está vez vibró su piel y su corazón ante esas pupilas que la
contenían.

Un poco más allá de los nueve meses, nació Pedrito con síndrome de
enanismo.

Al año de vida de Pedrito, nació Jezarel, hijo de Tatiana, fruto de la
violación de Pedro.
Cecilia bajó la cabeza.
Su madre volvió a culparla.

Cecilia cumple 27 años el 20 de diciembre, ¿le cantamos cumpleaños
feliz?


II
Yesenia...


Yo pienso en la Yesenia... en sus manos mutiladas... en su madre que la
abandonó al nacer... en su enamorado drogadicto... en sus tres niños de
cara sucia y mocos colgando... siempre pienso en ella.

Comenzó a ser parte de mi historia desde que llegué a tocar la puerta
de esa casa a medio hacer de su suegra, allá, arriba, por Peñalolén,
para ofrecerle participar en un proyecto donde aprendería sus
derechos... ¿derechos de qué?, me preguntó su mirada. Pero aceptó...
tal vez, porque, simplemente, no sabía decir no.

Yo pienso en la Yesenia... en su pedacito de rancho al fondo, en el
patio, al lado de los cachureos que se venden en la feria para
sobrevivir. En su camarote hecho de pedazos de tablas a medio morir,
crujientes... en sus pedacitos de sábanas cubriendo la esponja vieja de
seudos colchones, su pedazo de mesa sujeto por la astucia del Omar, su
pareja. Sus pedacitos de manos haciendo el pan, pelando papas, lavando,
planchando, cocinando, amando... en su pedazo de vida colgando de los
cerros de Peñalolén...

Yo pienso en la Yesenia, en su voz que me tutea con tanto cariño,
haciendo suya mi vida por ese tiempo que paso con ella y los suyos,
Pienso en el Omar que dejó la droga y está trabajando para demostrar
cuanto quiere a su Yesenia y a sus tres cabros chicos y que sus
sentimientos no son un pedazo de trapo tirado por ahí.

Pienso en el día que decidieron casarse... y fui invitada de honor...
en su carita alegre y orgullosa cuando me mostró su libreta de la
vivienda con 10 lucas depositadas... (¡Cuándo juntarán los 200 mil
pesos que necesitan para su casa!) Pero con esa libreta ya tiene un
pedacito de ese hogar... de su futuro...

Yo pienso en la vida de la Yesenia hecha de pedacitos... ¡puta!, tengo
que pensar en ella... cuando muchos creen que la violencia es la
solución a todo... cuando los de corbata o los de blue jeans frente a
un café hablan sobre un mundo mejor... cuando los poderosos
internacionales presumen de victorias sobre ojos, piernas y restos de
inocentes...

¡Alguien tiene que pensar en la Yesenia!

En ella que cose los pedazos que le han tocado en suerte y arma su
vida, hilando despacito... con manos mutiladas...


III
Paola


A la Paola le duele la cabeza.
Siempre le duele la cabeza.

Nació en Linares.
Quería ser profesora.
A los trece años la trajeron a Santiago para trabajar cuidando unos
niños en Las Condes.
A los dieciséis se casó con Juan.
Tiene dos niños.

“Es buen hombre, el Juan”, dice ella.
Sólo toma una vez por semana y le pega de vez en cuando, cuando las
cosas no le han ido bien.
Casi nunca le van bien las cosas a Juan.
No le deja salir a trabajar.
Ni siquiera ir de compras si no va con él.
La Paola no sale de la casa.
Casi ni sale de su pieza.
Sus hijos no le hacen mucho caso.
La televisión la entretiene y hay que lavar, planchar, coser, sacudir y
tener todo impecable para cuando llega Juan.
Casi ni come porque a Juan no le gustan las gordas y se enfurece si
come dos panes al día.

A Paola le duele la cabeza.
Siempre le duele la cabeza...


IV
Graciela


Graciela comienza a hablar de las navidades de su infancia.
Una madre sola con siete hijos pequeños.
Ella era la segunda, con ocho años de edad.
Ese día despertaban con mucha alegría.
Soñaban juguetes y encerrado en un pliegue del aire, la esperanza de
una vida mejor.
Como nunca barrían, sacudían y ordenaban juguetes y revistas.
Antes de acostarse, como todos los años, preguntaba si pasaría por allí
el Viejo Pascuero, entonces, su mamá les decía que lustrasen sus
zapatos y dejasen uno de ellos fuera de la puerta.
Y, desde el más pequeño hasta el mayor, los hermanos iban dejando el
zapato, brillante, lustroso, impecable, delante de la puerta de sus
piezas de cité.

“Pero nunca pasó, señorita... nunca...”
Y sus ojos nubosos de mujer de sesenta años, aún encierran el
desencanto de la niñez.



V
Susana


Nunca tiene la ayuda suficiente.
Siempre necesita algo.
Y ahí va, con sus cuatro niños.
El mayor con leucemia enredada entre sus cinco años.
La pieza que se hace demasiado pequeña.
El techo que se llueve.
Y el marido que se esfumó.

Sus facciones tienen fija la esperanza en que la próxima persona le
solucionará todo:
Casa, comida, salud y sueños.
No comprende que nadie puede forjar su futuro, que debe hacerlo ella.

Y no logro devolverle sus sueños...
No...


VI
Rossana


Vino desde Colombia a visitar una tía.
Allí conoció a Juan.
Se enamoraron y se creyó capaz de hacerle olvidar la droga.
Soñó en forjar un hogar.
No le importó dejar a su familia, estudios universitarios y amigos.

Estuvo seis meses en la cárcel por haber robado un pollo en el
supermercado para celebrar los tres años de la Carolita.

A veces vende a gritos sus cachureos en la feria...

Otras, se llena las pupilas de sus padres, del pan, del sol y el ritmo
de los días de antaño cuando me habla de su vida en Barranquillas.




VII
Fabiola


Tiene 33 años, pero aparenta 50.
Es alta, delgada y se ve que fue bonita.
La nariz quebrada por una de las golpizas de su esposo, rompe la
armonía de su rostro.
Después de una de ellas fue que comenzó a tomar.

Siente que la vida no le ha dado nada.
Y se la bebe... un poquito cada día.


VIII
Carmencita


Me mira con sus ojos desorbitados por la desesperanza.
Podía enfrentarlo todo.
Hambre, engaños, pobreza, miseria, maltrato de su compañero.
E igual creía en el mañana.
Pero me muestra su cuerpo lleno de cardenales.
Los moretones y magulladuras rompen la blancura de su piel.

Y entiendo su desesperanza.
Una madre no espera jamás que un hijo la golpee.


IX
Julia


Su madre la echó de su casa cuando quedó embarazada.
Tenía doce años y un vecino la había violado.
Nadie le creyó.
Ahora es abuela de tres niños que adora y que cuida mientras su hija y
yerno trabajan.

Y no quiere morirse sin aprender a leer.


X
Berta


La pastora está agonizando.
La veo en su cama semiinconsciente.
Sus hijos, nietos y amigos rodean el lecho.

Su casa era la de todos.
Un pan amasado por ella se multiplicaba, hasta el infinito, para el
hambriento.
Y el agua siempre estaba hervida para la taza de té.

Hablaba de Dios y de ser mejores personas.
Algunos decían que estaba loca.
Otros la escuchaban.
Algunos la seguían.

Todos aprendíamos de ella.

Ahora, en un solo respiro, esperamos que la muerte la llene de sonrisas
eternas.



                                                                                                          
© Margarita Carrasco

 

 


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