El mundo de la nieve

ojos

 

Cuando el universo renace como la nieve
y los barcos oyen el llamado de quien se envuelve
sereno en la distancia de un confín sin ojos
que aprende a contemplar en la penumbra
el murciélago más cetrino y entonces
los cristales empiezan a creer
que éramos niños,
que la pubertad es un vicio ardiente
en los labios y el fuego
un diamante que llena de lunas un iris
la pupila que arrastra cenizas del cielo
porque la imagen es el último instante de lo alto,
el postrero respiro de lo que allá se inventa
el sueño perdido de un dios, la imaginación de un pájaro
que no verá la lluvia,
la ardiente primavera descendiendo por las piedras
la linfa de un manantial abriéndose paso entre la orilla
buscando el follaje que desde su soledad lo convoca.
Cuando estoy lleno de ídolos como una mirada
y elijo el que no puede separar de la lluvia su amor desesperado
y forma religiones, cazadores de azul
miedos de granito que poco saben de mis labios,
de esta palabra o la sílaba suspendida en celajes
que orbitan gélidas paciencias
nudos de metal,
que tarde representa el viento su luz estelar
su galaxia de orillas en los sedimentos,
en el hilo de un purgatorio que quiebra en las alas
alguna pirueta que sólo volverá con lo errante,
con ese momento robado a lo divino
con este luz, sí, con este éter.
Es mi alma el lugar donde los cielos entierran
ese amor con la magia que jamás llegó a su destino.

 

                        

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